Yūgen - El arte de ver la vida con nuevos ojos

La belleza oculta detras de lo cotidiano

Jose A. Alonso

6/13/20256 min leer

Allá donde estés, en el momento del día en el que te encuentres leyendo estas líneas, quiero pedirte que te detengas... que tomes aire...


Si el bullicio externo te envuelve con demasiada fuerza, y no te permite afrontar esta lectura con calma y con la posibilidad de pausar en las palabras, de interiorizar las frases, no te preocupes. Regresa cuando sientas que te puedes dedicar unos minutos solo para ti, para explorar.

Si el instante lo permite, si sientes la llamada a reducir la inercia del día, te invito a que me acompañes en un sosegado paseo a través de las palabras. Sin prisa, con el ánimo tranquilo. Permite que tus hombros caigan, liberando la tensión que quizás ni sabías que llevabas. Cierra los ojos, o fija tu mirada en un punto cercano, sin buscar nada, sin juicio.

Toma una inhalación profunda, suave, llenando tus pulmones de aire. Exhala lentamente, dejándote ir. Repítelo tres veces, sintiendo el ritmo constante de tu corazón.

Lleva la atención a las yemas de tus dedos, al roce de tu índice con tu pulgar. Siente en tu piel aquello que te envuelve, el calor, la brisa, la quietud. Conecta con la voz de tu cuerpo, con tu presencia.

Dirige tu oído hacia el sonido más lejano, luego al más cercano. No busques entender, solo percibir la melodía sutil que te rodea.

Desde esta quietud, donde cuerpo y mente se encuentran, donde las palabras resuenan en lo sensorial, comencemos un viaje interior. Un viaje a esa playa que dejó una huella imborrable en la cartografía de tu memoria. Tómate tu tiempo y conecta con ese lugar. Solo estás tú.

Frente a ti, el mar respira con un susurro profundo y antiguo. Su oleaje, un eco constante que evoca a nuestros orígenes. El sol, con una dignidad pausada, se inclina hacia la lejana línea del horizonte antes de ceder su reino a la luna. Cubre con su velo dorado un lienzo formado con el cielo, las nubes, el espejo del agua salada, la arena que guarda mil historias, los árboles que custodian la costa, las rocas esculpidas por el tiempo… todo se sumerge en un degradado naranja y ocre, mientras las sombras, largas y danzantes, comienzan a despertar. Dan volumen a lo que antes se presentaba plano. Decoran con misterio lo que carecía de contraste. Revelan contornos donde antes solo había luz.

La naturaleza, en su sabiduría silenciosa, no necesita explicaciones, ni siquiera palabras, simplemente te envuelve en la calidez de su abrazo. La brisa fresca del ocaso acaricia tu rostro, un toque ligero de ese momento efímero. El aire, envuelto en el aroma salado, estimula tu olfato y tu paladar, una nota marina que es al mismo tiempo memoria y presente. Las gaviotas, siluetas que navegan la vastedad, atraviesan las nubes ahora encendidas. Su canto peculiar se entrelaza con el murmullo relajado de las olas, una sinfonía desordenada pero en perfecto balance. Mientras tus sentidos se rinden a esta melodía de estímulos, tu atención es capturada por el horizonte, ese confín difuso que despierta una curiosidad innata, un asombro reverente, una admiración silenciosa.

¿Estás allí? ¿Permites que esos ecos resuenen dentro de ti? Te pido que invites tanto a tu yo interior como a tus cinco sentidos a habitar este momento. Trasciende la simple memoria superficial y conecta con la esencia sensorial de ese recuerdo. Deja de lado la prisa, la lista de pendientes, las preocupaciones del mañana y del ayer. Reconecta con esas sensaciones, con ese sentimiento que surge. Tómate el tiempo que necesites. Siéntelo.

Si ahora te pidiese que me describieras lo que acabas de sentir, ¿serías capaz de encontrar las palabras exactas, precisas, que lo abarquen por completo?

En el Japón antiguo, en el alma de su estética y su poesía, existe una palabra para ese sentimiento profundo y difícil de expresar cuando la realidad se muestra ante nosotros en su forma más pura, y a la vez, con un sutil lado escondido.

Esa palabra es Yūgen (幽玄). No busca describir, sino mostrar el camino. Intenta capturar esa belleza profunda, sutil y misteriosa asociada a lo implícito, a lo que no se ve a primera vista. Es la sombra en el claro de luna, la huella que deja el vuelo del pájaro, ese destello fugaz de la conciencia que surge de la contemplación calmada. También en nuestra cultura europea hallamos una sensibilidad similar. El filósofo griego Plotino, por ejemplo, describía la belleza como no solo una cualidad externa de las cosas, sino como un brillo interior que las ilumina. Algo que solo los ojos del alma pueden reconocer cuando nuestros sentidos se afinan para recibirla. Es en esa contemplación, en esa introspección ajena al estruendo de la rutina, donde esa belleza se desvela.

Si reflexionas desde la calma que espero hayas encontrado, estoy seguro de que puedes conectar con ese sentimiento. Un sentimiento para el que es difícil encontrar las palabras exactas, pero que al mismo tiempo es reconocible de forma casi innata. No es la emoción desbordante, sino la placidez que precede y acompaña a la admiración de algo vasto.

Quizás para ti no fue un paisaje marino el que cautivó tus sentidos. Quizás fue la inmensidad de un bosque y su sinfonía única de incontables sonidos como marcando el paso de un baile discreto de ramas y hojas rendidas al viento. O quizás fue la presencia imponente de un gigante de roca, su cumbre revestida de nieve en contraste con la piel rugosa de su base. Su quietud silenciosa y magnética acompañada tan solo por la brisa fresca de la montaña y el correr ininterrumpido del agua que busca su cauce.

Estos lugares comparten una capacidad especial de generar asombro y una atracción casi primordial en nosotros. Algo fácil de comprender si tenemos presente la conexión que nos une a la tierra y a sus ciclos, una conexión que la prisa del mundo moderno a veces debilita. El Yūgen nos invita a recuperarla.

Porque más allá de su origen en el budismo milenario, el Yūgen se puede encontrar en cada momento de nuestra vida. Ese vasto y profundo asombro, esa belleza sutil que la razón no alcanza y que se desvanece al intentar verbalizarla, palpita a nuestro alrededor si aprendemos a ver las cosas con nuevos ojos, con la lente de la atención y el corazón abierto.

Alguna vez, ante algo tan común como una fuente en la ciudad, en lugar de pasar de largo, ¿has pausado a contemplar el recorrido singular de las gotas de agua que salpican el aire? ¿Has observado las formas en constante cambio de sus chorros, o escuchado el sonido vibrante del agua al golpear la superficie de la piedra? ¿Te has acercado lo suficiente para sentir la variación de la temperatura en el aire, esa frescura que emerge del constante movimiento?

O frente a un árbol de gran belleza y antigüedad, ¿te has detenido a sentir todo lo que hay en su derredor? ¿Has acariciado su áspera corteza, pensado en los años que ha tardado en alcanzar la majestuosidad que hoy, en este momento, comparte contigo? ¿Has visto sus hojas dejarse llevar por el viento, cada una danzando su propia coreografía irrepetible?

O una simple llama. Quizás ahora, donde te encuentres, puedas evocar su imagen. Alumbra apenas la habitación en la que te encuentras, proyectando sombras que danzan con una luz baja y cálida. En esa quietud, el aire parece contener un eco. Una huella casi imperceptible pero firme de la brisa salina que acarició tu rostro en la orilla en esa playa. Si te pidiera que ahora tú describieras dónde encontrarías el Yūgen en esa habitación iluminada por la tenue llama, ¿qué me dirías? No se trata de su fulgor, sino de la forma en que su luz encuentra palabras en la penumbra, de cómo la belleza de lo sutil encuentra sus versos.



Si has conseguido seguirme hasta aquí, si has permitido que tu interior se conecte con estas imágenes y sensaciones, espero que estés experimentando una calma reconfortante. Y más allá de ella, quizás, un agradecimiento especial por la vida misma, por el simple y complejo hecho de ser humano.

Yūgen está presente en todo lo que nos rodea, siempre que estemos dispuestos a detenernos, a pausar, a sentir con cada fibra de nuestro ser y a reconectar con la esencia. Es una decisión activa, un acto de voluntad al alcance de todos nosotros. Por ello, quiero invitarte no solo a comprender el Yūgen, sino a vivirlo.

Que esta visión te abra la puerta a un camino donde cada momento es una oportunidad para redescubrir la belleza oculta. Un camino hacia una vida más plena, más presente, más humana.

Be Human